Como decimos aquí a la derecha, queremos iniciar un debate que no se ha realizado. Hemos esperado a que la armonización de la materia hiciese público el formato de la prueba de las Pruebas de Acceso a los Estudios Universitarios para no interferir, para que no pareciese un enfrentamiento. Pero insistimos: ¿no era necesario un debate sobre qué Geografía enseñar y cómo hacerlo?.
Para llevar a cabo este debate vamos a ir publicando periódicamente algunos comentarios que puedan servir de punto de partida. Podéis criticarlos, machacarlos, etc. y, si no estáis de acuerdo con esa forma de abordar el debate, plantear otra alternativa.
Hoy nos gustaría comenzar con el papel de las PAEU y las repercusiones que tienen en la enseñanza.
Hace unos meses escribíamos:
"Comenzaremos con una reflexión sobre la finalidad de estas pruebas.
En sus orígenes, cuando la Universidad estaba saturada de alumnos, las PAU servían como filtro para seleccionar a aquellos alumnos que mayores aptitudes tenían para continuar estudiando. A finales de los años noventa la situación cambió: el surgimiento de nuevos estudios universitarios, el afianzamiento de los Ciclos Superiores de formación profesional y, progresivamente, el impacto del envejecimiento demográfico han ido vaciando las aulas de la antigua facultad de Filosofía y Letras y de otras muchas. Sólo algunos estudios conservan demandas superiores al número de plazas que ofertaban. Estos cambios determinaron una nueva función en las PAEU. Ahora ya no eran imprescindibles para "seleccionar" ("selectividad") a los más aptos para los estudios universitarios, sino que se comenzaron a ver como una "auditoría" externa que intentaba garantizar la calidad del bachillerato. La encargada de llevar a cabo ese control era la Universidad. Varios elementos se conjugaron para mediatizar esta nueva función.
La Universidad (los departamentos universitarios correspondientes) no pusieron un decidido empeño en el asunto. Asumida como una tarea impuesta y de escaso calado, los departamentos y las personas encargadas por ellos, resumieron su trabajo en la redacción de unas pruebas y en la realización de una reunión al año con los profesores de bachillerato para valorar los resultados. En escasísimas ocasiones se plantearon criterios pedagógicos o propuestas para mejorar la calidad y la objetividad de estas pruebas. En algunos casos, empujados por la falta de matrícula, diseñaron temarios y pruebas en las que primaba la facilidad para aprobarlas por encima de cualquier otro objetivo: pruebas fáciles para atraer a alumnos.
Paralelamente, entre el profesorado de bachillerato fue cundiendo la percepción de que las PAU, con todos los inconvenientes que acarreaban, estaban convirtiéndose en la última barrera que defendía al bachillerato de la barbarie de la ESO. La idea era: si las PAEU desapareciesen, ya toda la enseñanza secundaria caería bajo la losa de la "comprensividad", la atención a la "diversidad" y la presión de las familias en favor del aprobado de sus hijos. La Administración, supuesta defensora de esos principios pedagógicos, hacía "mutis por el foro", dando por buenas esas interpretaciones.
Así, las PAU se convirtieron en sinónimos de "calidad" en la educación y los estudios sin "selectividad" en algo despreciable. Pero lo importante es que, mientras todo esto se cernía sobre las pruebas, estas seguían ancladas en temarios y formatos antiguos, sin acercarse a ninguno de los planteamientos que las sucesivas leyes de educación (LOGSE, LOCE y, ahora, LOE) iban introduciendo, en un intento, más o menos afortunado, por adecuar la Ley a las necesidades sociales. De esta forma, las PAEU se habían tornado no en un valladar de la calidad, como algunos pretenden, sino en la última defensa de una forma de entender la enseñanza anterior a la LOGSE, y el bachillerato, donde supuestamente se recluye la calidad en enseñanza secundaria, en una fortaleza inexpugnable para los supuestos desafueros de las diferentes administraciones educativas, que, a fin de cuentas, han sido elegidas democráticamente. Ya podía el Ministerio, la Consejería correspondiente o quien fuese decir lo que quisiese o legislar lo que legislase, que, mientras hubiese PAU, en bachillerato se impartiría lo que se venía impartiendo. El único cambio aceptado ha sido ir rebajando la exigencia, "bajar los niveles" para adecuarlos a las desgracias educativas que se han venido produciendo desde la segunda mitad de los ochenta.
Nos parecen importantes estas cuestiones porque ayudan a aclarar la dinámica "conservadora" que ha seguido y sigue el bachillerato: sigue aferrado a unas pedagogías, unos temarios y unas formas obsoletas, ancladas, al menos, en las necesidades de una sociedad española de hace más de veinte años. No es de extrañar la desazón de nuestros alumnos cuando se enfrentan a las asignaturas de Historia, Geografía o Historia del Arte u otras.
De estos planteamientos cabría esperar que los resultados de los alumnos en las PAEU fuesen catastróficos (en geografía lo han sido en ocasiones), pero no ha sido así. No porque los alumnos hayan aprendido o consigan aprendizajes adecuados, no. Simplemente se ha ido corrompiendo el sistema: se han banalizado los temarios (cursos enteros reducidos a memorizar diez o doce temitas de pocos folios, actividades prácticas elementales, el compromiso tácito de los correctores de ser condescendientes y generosos, etc.
Sucede que las PAEU son una auditoría que mide si en la segunda mitad de la primera década de los dosmil se aplican criterios de la segunda mitad de los ochenta. A algunos les parecerá bien, a nosotros nos asaltan dos preguntas: ¿realmente son necesarias las PAU o cualquier otra prueba externa que condicione el currículo y la didáctica de las materias? Dado que la Administración (popular o socialista) parece que quiere continuar con este tipo de pruebas ¿no es momento de someterlas a una severa revisión? y para hacerlo no sería básico y previo debatir qué queremos enseñar en nuestras materias y cómo hacerlo".
En la próxima publicación abordaremos la Geografía que nos podría haber traído en currículo aragonés.
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